Por Xavier Gutiérrez
Domingo, 09 de octubre de 2011
Ese refrán de la sabiduría popular mexicana describe mejor que un tratado el comportamiento de los mexicanos hacia el poder, y el regodeo que el poderoso vive y alienta.
Y esto se ve en todas las escalas del poder. De alcaldes al presidente de la república, pasando por gobernadores, senadores, diputados…y desde luego rectores.
Este gozo multimodal e incontenible, aldeano además, ha tenido en la figura del rector Enrique Agüera un referente como pocos se han visto en la historia de Puebla.
Cuando parece que sus andanzas hiperquinéticas habían llegado al clímax, -con afeites cosméticos incluidos- nos sorprende con nuevas presencias, ora en espectaculares, ora en videos, ora en el extranjero.
Su afán de notoriedad revela, entre otras cosas que podrían ser materia de estudio de algún grupo de facultativos, una sed de reconocimiento y una exhibición de superioridad tal que busca aplastar y hacer polvo a cualquiera que en esta comarca ose competir con su grado de poder, riqueza y, tal vez hasta sapiencia.
Soberbia es la palabra.
Y va solo. Bueno, ciertamente no tan solo. Lo rodea un ejército de ujieres y guardianes. Una guardia pretoriana que la gente suele describir como directamente proporcional al temor de conciencia que caracteriza a los poderosos.
Tiene legiones de medios a su servicio. Y le dan un trato semejante a los huracanes de adulación que caracterizaron a Zavala en su periodo clásico. Y él se deja querer. Bien se ve que no aprendió la lección.
Sus ojos y oídos no leen ni escuchan una crítica, tal es la consigna. Los recientes años, ha sido fama en los medios, que su manejo de imagen tenía que ser infinitamente superior al gobierno estatal y al ayuntamiento capitalino.
Ese mismo torrente publicitario y de cooptación acalla cualquier nota discordante. Así ocurrió con aquellos reportajes en prensa y televisión sobre su inmensa cuanto inexplicable riqueza. Aunque recientemente aclaró, con engolada voz y beatífica aureola: “soy empresario…”
El silencio coral a su servicio hizo el resto. Para eso se paga.
Hubo de ser ablandada su soberbia figura con cuatro megatones televisivos que la campaña morenovallista le asestó a escala nacional en vísperas de la elección del cuatro de julio. Y vino el repliegue. Adiós a la retórica retadora de aquellos discursos dirigidos a Moreno Valle sin citar su nombre.
El reloj marcó el tiempo de acomodo al nuevo gobierno. La sumisión rectoral en grado excelso.
Sólo los incautos voluntarios se tragan el anzuelo y aceptan el trueque de espejitos por pepitas de oro.
El ranking recién publicado hizo añicos la rectoral careta. La BUAP aparece en el lugar 70 entre las cien mejores universidades de América Latina. La Universidad de Sao Paulo está en primer sitio, la UNAM en quinto, y también por encima de la local el Tecnológico de Monterrey, la Iberoamericana, la Metropolitana, el ITAM, la de las Américas, la de Guadalajara, la de Nuevo León, la del Estado de México, y otras más.
Se calificaron: reputación académica, evaluación de empleadores, el promedio de profesores por alumno, el personal docente con doctorado, las publicaciones de sus académicos, las citas de sus trabajos y el impacto web de las instituciones.
¿Entonces…? ¿No que el non plus ultra..? ¿No que las distinciones, los reconocimientos, las certificaciones, las medallas, las constancias, las fotos, los viajes, las fotos, los homenajes consecutivos? ¿¿¿¿¿…????
Duele aceptar ese sitio para la primera universidad pública de Puebla, claro que duele. Se consigna la información con lamento, no con placer. Pero también se asienta que ese aparato, esa parafernalia que rodea al rector Agüera debería ser digna de mejores resultados.
Basta ya de ese histrionismo falaz, engañabobos e inconmensurable.
Una conducción madura, sensata y prudente, debería tener como objetivo de la inteligente difusión aquellos aciertos individuales y colectivos de la comunidad universitaria poblana, dándole el justo crédito a sus actores de base, a sus esforzados y exitosos anónimos, que sin duda los hay, y dejar de lado las andanzas y faramallas del rector.
Hasta el Consejo Universitario queda ninguneado, arrinconado, como el día del informe, el “día del rector.”
Primero el ego, después el ego, y al final el Consejo.
Es tiempo –siempre ha sido tiempo- de recuperar el papel digno de un rector de la principal universidad pública, que tanto nos cuesta a todos.
La crítica, la autocrítica, la responsabilidad social, deberes consustanciales a la institución, son hoy piezas de museo frente a la vanidad y ambición de poder rampante.
Es triste que ese papel de conciencia sensible y pública, e inteligente contrapeso del poder, responsabilidades inherentes e indeclinables de la UAP, se han ido a la basura, se han cambiado por jugosos y misteriosos presupuestos, y son ahora instituciones como la Ibero, ¡y hasta la UPAEP..!!, las que con frecuencia tal rol desempeñan.